Una vez más, El Archivo en la calle. Esta sana costumbre que nos hace encontrarnos con los lectores dos veces al año, ya cumple 33 números y quince años, lo que hace de El Archivo actualmente la más longeva revista cultural del sudoeste bonaerense y una de las de mayor permanencia a lo largo de la historia de la región. Este logro ha sido por el apoyo incondicional de anunciantes, vecinos y lectores, de quienes constantemente recibimos
respaldo, aliento, críticas y sugerencias; de esta manera, la revista se transforma en un producto cultural comunitario.

Este número se publica con un poco de retraso respecto de lo habitual. Es porque la nota de tapa está basada en una investigación original y todavía en curso y que ameritó la verificación exhaustiva de datos, nombres y fechas.

La llamada Misión LOFER (1951-1958) fue uno de los proyectos tecnológicos navales más importantes generados por la Argentina y en que participaron diversos organismos estatales: el entonces Ministerio de Asuntos Técnicos, la Comisión Nacional de Energía Atómica, y el antiguo Ministerio de Marina, a través del área Talleres de la Base Naval de Puerto Belgrano.

Involucró personal técnico civil y militar y contó con la mano de obra y las instalaciones de muchos de los talleres del apostadero naval.

La misión secreta consistió en la fabricación de un torpedo teleguiado, de avanzada tecnología para la época. Estaba dirigida por el Capitán de Navío Ingeniero Aníbal S. Fernández y bajo la supervisión técnica del eximio ingeniero italiano Ezio Lorenzelli.

La nota muestra el contexto en que surgió el proyecto, en una época en la que el Estado, desde los años ’20 en adelante, apostaba cada vez más fuerte a un desarrollo tecnológico independiente que involucraba todas sus áreas.

Con ella también quisimos responder a la demanda de muchos puntaltenses que tenían algún tipo de dato al respecto, ya por haber trabajado en el proyecto, ya porque éste había llegado a sus oídos a través de amigos o familiares.

La Misión LOFER se suma a los muchos logros ya conocidos que a lo largo de toda su existencia demuestran la capacidad operativa y técnica que poseen los Talleres Navales de Puerto Belgrano.

 

Revista “el Archivo”

EL NOMBRE Y EL RECUERDO DE LA MISIÓN LOFER ES CONOCIDO EN ÁMBITOS VINCULADOS A LOS TALLERES DE LA BASE NAVAL DE PUERTO BELGRANO. SIN EMBARGO, A RAÍZ DEL TIEMPO TRANSCURRIDO Y POR SU CARÁCTER SECRETO, LA NARRACIÓN DE LOS HECHOS FUE DISTORSIONÁNDOSE, CONVIRTIÉNDOSE EN UN MITO. EL TRABAJO EN ARCHIVOS CON DOCUMENTOS DE PAPEL Y LA HISTORIA ORAL SE CONJUGARON PARA FUNDAMENTAR ESTA LARGA INVESTIGACIÓN DE LA QUE EL PRESENTE ARTÍCULO ES SOLAMENTE UN PEQUEÑO AVANCE Y QUE PRETENDE ARMAR NUEVAMENTE EL ROMPECABEZAS DE ESTA HISTORIA.

La llamada Misión LOFER (1951-1958) fue uno de los proyectos tecnológicos navales más importantes generados por la Argentina y en que participaron diversos organismos estatales: el entonces Ministerio de Asuntos Técnicos, la Comisión Nacional
de Energía Atómica, y el antiguo Ministerio de Marina, a través del área Talleres de la Base Naval de Puerto Belgrano. Involucró personal técnico civil y militar y contó con la mano de obra y las instalaciones de muchos de los talleres del apostadero naval.

La misión secreta consistió en la fabricación de un torpedo teleguiado, de avanzada tecnología para la época. Estaba dirigida por el Capitán de Navío Ingeniero Aníbal S. Fernández y bajo la supervisión técnica del eximio ingeniero italiano Ezio Lorenzelli.
La nota muestra el contexto en que surgió el proyecto, en una época en la que el Estado, desde los años ’20 en adelante, apostaba cada vez más fuerte a un desarrollo tecnológico independiente que involucraba todas sus áreas.

Con ella también quisimos responder a la demanda de muchos puntaltenses que tenían algún tipo de dato al respecto, ya por haber trabajado en el proyecto, ya porque éste había llegado a sus oídos a través de amigos o familiares.
La Misión LOFER se suma a los muchos logros ya conocidos que a lo largo de toda su existencia demuestran la capacidad operativa y técnica que poseen los Talleres Navales de Puerto Belgrano.

A mediados del 2012, llegaron al Archivo Histórico Municipal de Punta Alta unas copias de fotografías antiguas de operarios de Puerto Belgrano. Esto no es extraño en una comunidad nacida a la vera del principal apostadero de la Argentina y cuyos habitantes
están, sean personal civil o militar, vinculados a él de alguna manera.

Lo llamativo en esa oportunidad fue que las fotos, tomadas en Arroyo Pareja y datadas en la década de 1950, mostraban un artefacto de características
singulares, que parecía parte de una experiencia de desarrollo de tecnología para la defensa. El portador de esas imágenes, Edgardo Davyt, actualmente obrero en actividad de la Base Naval, las había conseguido de los hermanos Juan y Daniel Reginato, cuyo
padre, Pablo Luis, había trabajado en los talleres del Arsenal Naval de Puerto Belgrano.

A partir de ese entonces, comienza una investigación que posibilitó llegar a descubrir que había otros operarios con copia de la misma foto. Uno de ellos es Cecilio Pereyra,
que vive en Punta Alta y formó parte del equipo de trabajo para el desarrollo de esta máquina.
Las fotos en cuestión eran las de un prototipo de torpedo guiado construido en los talleres del Arsenal Naval de Puerto Belgrano y eran pruebas del desarrollo tecnológico nacional que se inició en el primer gobierno del Presidente Juan Domingo Perón (1946-1952).

Al principio, las primeras evidencias de las que se dispusieron hicieron suponer que se trataba de un torpedo filoguiado1. Pero al lograr entrevistar a
Cecilio Pereyra, se pudo confirmar, para sorpresa de todos, que se trataba de algo mucho más complejo: un torpedo teleguiado (o radioguiado)2.
Ambas fotos tienen dedicatoria. Una dice: “A Pereyra, cirujano y médico de todos los intestinos de bicho, de los bronquios, pulmones y tripas varias, que en los momentos
últimos supo dar el último empujón al trabajo. Agradecido: Ezio Lorenzelli. Puerto Rosales, 21 de abril de 1958.”

La otra tiene en el dorso una dedicatoria en italiano: “A Reginato, capaz de casi cualquier acción…mono en la grúa, pez en el agua, atleta en la tierra, el hombre de las resoluciones difíciles, del que siempre he admirado su inteligencia y modestia, con reconocimiento, Ezio Lorenzelli, Puerto Rosales, 21 de abril de 1958. Cumpleaños de Roma”.
Profundizando la investigación, se pudo determinar que el prototipo era producto de un proyecto secreto militar llamado Proyecto Misión LOFER. Si bien la misión estaba dentro del marco de la Armada, a partir de 1951 estuvo coordinado por la recién creada Comisión Nacional de Energía Atómica. Este proyecto tenía la particularidad de poseer
una dirección mixta, civil y militar.
Luego de arduas investigaciones en archivos oficiales y de largas entrevistas a integrantes del equipo de trabajo, aún quedaban muchas lagunas que llenar. Pero la situación dio un vuelco favorable por obra del azar.

A principios de este año, llegó hasta el Archivo Histórico Municipal la señora Adelaide Navarret, viuda del ingeniero Lorenzelli. De paso por la zona, visitó el Museo Naval de Puerto Belgrano cuyo personal, conocedor de la investigación que estábamos llevando a cabo, la contactó con la institución. Ella puso a nuestra disposición el archivo
personal de su marido, con documentación valiosísima que permitió completar el panorama que nos habíamos trazado. Lo que a continuación se va a leer es un resumen apretado de esta gran historia.

El Estado y el desarrollo de tecnología independiente

El desarrollo de la Misión LOFER es, sin duda, el equivalente naval del más famoso proyecto de la Fuerza Aérea Argentina, el Pulqui (1947-1959), que fue el primer avión a reacción construido en América Latina y el noveno en el mundo. A diferencia de este último, que
dio como resultado la concreción de los aviones I.Ae. 27 Pulqui I y I.Ae. 33 Pulqui II, el proyecto del torpedo nunca pasó la etapa de prototipo y su propio carácter de secreto provocó que no fuera conocido por el gran público. Sin embargo, tanto uno como otro proyecto, más allá de lo simplemente anecdótico, ponen de manifiesto una idea más amplia
subyacente: una política que priorizaba la innovación tecnológica como paso previo fundamental para lograr la independencia argentina en esa materia. Esta política de estado no era novedosa.

A raíz de la I Guerra Mundial, la Argentina vivió un proceso de sustitución
de importaciones para cubrir las necesidades del mercado que dejaban las potencias beligerantes.

En el Estado, los gobiernos radicales tomaron nota de la dependencia de bienes estratégicos y procuraron una política tendiente a independizar la producción energética y de defensa. Fruto de ello fue la creación de YPF en 1922 (a cargo del General Enrique Mosconi) y de la Fábrica Militar de Aviones en 1927 (3).

Los gobiernos conservadores de la década de 1930 continuaron esta política: en el ámbito de la Armada, el Contralmirante Eleazar Videla, Ministro de Marina desde 1933 a 1938, impulsó el desarrollo de la construcción naval y en 1941, el General Manuel Savio fue el promotor y primer director de la Dirección General de Fabricaciones Militares.

Luego de la II Guerra Mundial, y con este plafón, el General Perón intensificó esta política de sustitución de importaciones mediante el desarrollo de la industria ligera que se venía impulsando desde la década anterior.

Durante los dos primeros gobiernos peronistas (1946-1955), además de intensificar las empresas estatales creadas en las dos décadas anteriores, se crearon varias dependencias ligadas al desarrollo tecnológico e industrial del país: en el contexto del
Plan Siderúrgico Nacional, promovido por el General Savio, se creó SOMISA (Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina) en 1947, una empresa estatal cuya planta fue inaugurada en 1960.

En 1950 se puso en funcionamiento la comisión Nacional de Energía Atómica; en 1951 el Consejo Nacional de Investigaciones Técnicas y Científicas (CONITYC), base del actual CONICET; entre ese año y el siguiente, se creó la IAME (Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado), que fabricaba aviones, automóviles, tractores, motocicletas, lanchas y armamento; y en 1954 el Instituto de Investigaciones Científicas y Técnicas para la Defensa.

También creó una instancia de estudios técnicos superiores, la Universidad
Obrera Nacional, posteriormente transformada en Universidad Tecnológica Nacional (4).

Para llevar adelante toda esta política era menester contar con personal directivo y subalterno debidamente capacitado. Ya desde finales de la década de 1920, se enviaron a oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas a estudiar o perfeccionarse en Europa, principalmente a Italia, Alemania, Inglaterra y Francia. Un centro de enseñanza destacado en esas dos décadas fue el Regio Politecnico de Turín, emplazado en el corazón industrial de Italia.

Entre los egresados de ese instituto figuró Juan Ignacio San Martín, quien obtuvo allí los doctorados en Ingeniería Industrial e Ingeniería Aeronáutica y fue designado en 1944 Director del Instituto Aerotécnico, creado sobre la base de la Fábrica Militar de
Aviones. La idea básica de San Martín era la de crear un gran instituto de investigación y desarrollo industrial argentino. (5)

Para ello propuso a Perón la contratación de personal técnico de nivel de las naciones vencidas de la II Guerra Mundial. En 1946 contrató dos equipos de diseñadores alemanes (grupos de Kurt Tank y de Walter y Reinar Horten), un equipo italiano integrado por los ingenieros Cesare Pallavecino, Renato Graciani, Plácido Chicala, Angelo Miele y Matteo Abona; y al ingeniero francés Émile Dewoitine. En esto se seguían las políticas
de Estados Unidos, la Unión Soviética y otras potencias occidentales, que también usufructuaron a técnicos de Italia y Alemania durante la posguerra.

La Armada, en tanto parte del Estado, no estuvo ajena a esta política.

En 1947, llegaron a trabajar y vivir en la Base Naval de Puerto Belgrano un grupo de doce técnicos aeronáuticos italianos con sus familias, a quienes se les dio vivienda en la zona de Arroyo Pareja. Para albergarlos, se creó el barrio de Puerto Rosales6.

Luego, llegó un segundo contingente, esta vez formado por técnicos especialistas en minas y torpedos. El gobierno había formado la Delegación Argentina de Inmigración en Europa para trabajar en la política de migraciones selectivas al final de la Segunda Guerra Mundial.

Uno de sus integrantes era el Capitán Aníbal Fernández, enviado a Europa en 1946 y cuya misión era hallar profesionales que pudieran trasladarse a la Argentina y ser útiles a la Nación en su desarrollo naval.
Tradicionalmente Italia ha sido uno de los países de vanguardia en la fabricación de torpedos. Estas armas en su versión moderna fueron creadas por Giovanni Lupis, un ingeniero austríaco de origen italiano que fundó en 1870 con Robert Whitehead el Stabilimento Tecnico Fiumano en la ciudad de Fiume (actual Rijeka, Croacia), la primera fábrica de torpedos del mundo. A comienzos del siglo XX, la empresa tomó el
nombre de Silurificio7 Whitehead di Fiume al incorporar como socio al gobierno italiano, participación que aumentó a partir de 1924, cuando la ciudad de Fiume pasó a soberanía de Italia. (8)

Uno de los contratados por Fernández fue Riccardo Migliori, un empleado del Silurificio de Fiume. Su hijo Sileno nos contó que, “al finalizar la guerra y entrar en vigencia las cláusulas del armisticio, Italia no podía fabricar armas y por ello mi padre perdió el trabajo (…) Por recomendación de un ex director del Silurificio, Ing. Guetti, se formó
un grupo de 10 o 12 personas. Entre ellos estaba mi padre (con la familia)”9.

El equipo llegó al país en agosto de 1947 y fue asignado al área de minas y armas submarinas de la Base Naval de Puerto Belgrano, que posteriormente estuvo al mando del Capitán Fernández.

En este escenario, el Estado nacional optimizó sus recursos humanos existentes, articulando los de distintas fuerzas. Un ejemplo de ello es que Lorenzo Velazco, que se desempeñaba como obrero calificado en los Talleres de Puerto Belgrano, fue enviado en comisión a Córdoba para trabajar en la confección de las matrices del Pulqui.

El LB1 de Italia, antecedente de LOFER.

Como antecedente inmediato del torpedo teleguiado desarrollado en la Misión LOFER podemos citar el LB1, desarrollado en Italia durante la II Guerra Mundial por el Ing. Lorenzelli. Éste, movilizado en la guerra, fue enrolado en un cuerpo de élite del ejército italiano al mando del príncipe heredero de Italia, Humberto de Saboya.

En 1940 presentó al príncipe un proyecto de torpedo teleguiado para lanzamiento desde aviones torpederos. Humberto presentó la idea a Benito Mussolini, que la aprobó de inmediato. Para realizarla, Lorenzelli fue modificar su estabilidad. Este invento le permitió presentar al Ministerio de Aeronáutica y al Duce un nuevo proyecto de torpedo teleguiado, el “Hidrópodo”.
Era éste un misil submarino de largo alcance (200 km.) y velocidad (40 nudos) y que llevaba por nombre clave LB1.10 Estaba pensado para atacar a los buques enemigos en manada.

Se desarrolló un organismo técnico secreto, el STELB (Studio Tecnico Lorenzelli-Biscaretti, que llevaba el nombre de su socio, el ingeniero Conde Biscaretti), y se otorgó a los trabajos el carácter de “prioridad absoluta”. El STELB funcionó en la Casa Grassi, de Terracina (Roma), desde inicios de 1942 a julio de 1943.

En esa fecha, Terracina cayó bajo control de las fuerzas alemanas. Lorenzelli, privado
de sus contactos con los mandos italianos, se refugió en Piamonte (su región natal) donde esperó el fin de la guerra. Localizado por tropas norteamericanas, en 1946 Lorenzelli fue obligado a entregar, con acuerdo del gobierno italiano, los planos del LBS y del LB1 a las fuerzas estadounidenses.

Los inicios de LOFER

Con la paz, Lorenzelli retomó su labor de ingeniero.
Fue designado al frente de una cátedra en la Universidad de Turín y en 1947 ganó la licitación para la construcción del Teatro Reposi, el mayor de Italia en ese momento y la reconstrucción del Teatro Alfieri, ambos en Turín, entre otras obras. En esas salas puso en práctica sus innovaciones en acústica, que le valieron ser considerado “el más cotizado arquitecto teatral italiano”11

En junio de 1948, aprovechando el período de vacaciones, viajó a la Argentina para contratar para su oficina técnica de Turín la reconstrucción del Teatro de San Juan, destruido por el terremoto de 1944.

Pese a que el contrato no pudo firmarse, Lorenzelli decidió quedarse en el país, aduciendo que “le habían impresionado las infinitas posibilidades que le ofrecía la Argentina, país joven y generoso, proyectado hacia un gran porvenir, creador de nuevos horizontes tecnológicos”.12
De este modo, Lorenzelli renunció a sus cargos universitarios en Italia y aquí logró establecer una firma que se dedicó a obras de ingeniería civil.

En 1951 el gobierno argentino lo mandó a llamar. Las autoridades estaban enteradas de su presencia en el país y de sus actividades en torno al LB1, por medio del Capitán Aníbal Fernández quien, en 1946 participó de la Delegación Argentina de Inmigración en Europa. En la entrevista que mantuvo Lorenzelli con el Presidente Perón, se le propuso
realizar para la Argentina su proyecto de torpedo teleguiado.

El ingeniero Lorenzelli fue nombrado proyectista y director técnico del desarrollo por medio de un convenio con el Poder Ejecutivo en 1951 y ratificado posteriormente por cuatro decretos secretos (Nª 12.333/55, Nº 3.856/55, Nº 4.038/57 y Nº 3. 606/61) con destino
en Puerto Belgrano.13

Era también responsable de la misión el Capitán ingeniero Aníbal S. Fernández, quien además era el nexo directo con el Poder Ejecutivo. Precisamente, el nombre con el que fue conocida la misión, LOFER, es un acrónimo de los apellidos de sus responsables,
Lorenzelli y Fernández.

La Misión LOFER en Puerto Belgrano

Los primeros planos del torpedo se bocetaron en Buenos Aires, en una oficina del Ministerio de Asuntos Técnicos, cuya sede estaba frente a la Casa Rosada. Trabajaron en estos primeros bosquejos Lorenzelli, junto a los ayudantes Riccardo Migliori y Burlini. Un nexo entre el Ministerio y la Comisión Nacional de Energía Atómica, que como organismo técnico y científico estaba al tanto de estas actividades, lo constituyó el Capitán de Navío ingeniero Manuel Beninson (14).

Dado el carácter secreto de la Misión LOFER y la necesidad de algunos de sus miembros de realizar viajes incluso al exterior, se concedió a Lorenzelli una identidad falsa, que mantuvo durante gran parte del desarrollo del proyecto. Con el nombre de Ítalo Enrique Manzione, evitó que otras potencias lo relacionaran con ese ingeniero que diseñó el torpedo
LB1 para Italia y descubrir que podría estar trabajando en un arma similar para la Argentina, que de ser exitosa, revolucionaría la guerra submarina.

“El bicho”, como llamaban al torpedo todos los técnicos y obreros que trabajaban en él, llevaba oficialmente el nombre de LB2. Era, en cierto modo, continuador del prototipo desarrollado en Italia y se aprovechó de la experiencia adquirida para el desarrollo en la Argentina.

El torpedo teleguiado LB2 desarrollado por la Misión LOFER era un Hidrópodo Submarino Antidesembarque y Anticonvoyes. En palabras del ingeniero italiano, “este misil submarino es un arma defensiva muy barata, realizable de tamaños variables, desde los máximos (como en la fig.) hasta los mínimos, con un motor de camión y alcances de 150 km. (el alcance máximo del costoso torpedo es de ~10 km…) Para defensa ANTIDESEMBARQUE (fig,. al lado), telemandado desde búnqueres (B) empleado en numerosas “manadas” (m) (de 10/15 misiles c/u) para minar dinámicamente la zona de mar atacada “peinándola” (con frentes de 500-1000 m. cada manada) hasta destruir o ser destruidos (las antenas-pero-no son blancos fáciles y los cascos navegan a ~3 m..”15

Una vez desarrollado el boceto inicial, se procedió al armado de los equipos técnicos con el personal que se contaba en los Talleres del Arsenal Naval de Puerto Belgrano. El Capitán Fernández, como jefe de esa dependencia, fue el encargado de seleccionar
a los mejores técnicos de cada especialidad y coordinarlos como un nuevo equipo de investigación y desarrollo secreto. Era él mismo quien pagaba los sueldos. Cecilio Pereyra, el “cirujano y médico de todos los intestinos del Bicho”, como lo llamó Lorenzelli,
dice al respecto:
“Fernández nos pagaba a nosotros (…)Yo me acuerdo siempre, a nosotros aparte del sueldo, nos daban un sobresueldo por parte de la Comisión Nacional
de Energía Atómica.” 16

Fernández, que estaba secundado por el Capitán de Fragata Ing. Esp. Jorge Rimondi, tenía sus oficinas en la Casa 10 en los Talleres. El grupo funcionó bajo estrictas normas de seguridad, contando como lugar para desarrollar sus tareas también Puerto Rosales
como un sitio estratégico para las prácticas.
Puerto Rosales fue construido por una empresa francesa a principios del siglo XX como Puerto de Arroyo Pareja y nacionalizado a finales de 1947, transfiriéndose al control operativo de la Armada17.

Este traspaso se realizó en función del desarrollo técnico para la defensa que se planificaba llevar a cabo por el Estado nacional. El puerto se encontraba en un lugar alejado de la ciudad y del mismo Arsenal, lo que permitía mantener el secreto militar; a la vez,
tenía acceso directo a una zona de aguas profundas aptas para los ensayos. En sus galpones se almacenaban los torpedos y otras municiones y en su muelle amarraban las lanchas torpederas en un principio la P 84, a cargo del Teniente de Navío Gerardo
Zaratiegui y posteriormente la P 81 comandada por el Capitán de Corbeta José Mottesi. 18Además, la mayoría de los técnicos, según se dijo, vivían en el barrio Puerto Rosales, contiguo al puerto.
Cuando el grupo llegó a las instalaciones portuarias, Pereyra armó su lugar de trabajo.
“… estaba el galpón ese, con la cinta sucia, el galpón todo de chapa, con la cinta transportadora. Y todo estaba ahí. Así que nosotros agarramos un pedazo libre que está ahí y trabajamos como tres años, dos y medio (..). Nosotros comíamos allá.

Salíamos acá a las seis y veníamos a las nueve de la noche. A uno de los muchachos que estaba ahí lo pusieron de cocinero y se encargaba de hacer la comida.”19
Una vez hecho el casco del torpedo (de 7 metros de largo), primero se realizaron las primeras pruebas en 1953, colocándosele un motor de avión NA (el North American SNJ-5C/AT-6, avión de entrenamiento que a partir de 1947 fue incorporado a la Armada y del que se contaban varias decenas de unidades), pero no dio el resultado esperado.

“El primer intento fracasó por fallas de ingeniería, (…) Entonces aviación tenía como cien motores de los NA, que no se usaban más. Un motorazo de mil caballos y le dieron ese motor. Y eso pensaron que iba a ser una cosa de 60 cm., de diámetro, con esos motores, para hacer la cama, llegó a 1,30, entonces se complicó el asunto”. 20

Francisco Carella fue otro de los operarios asignados a la misión. Tornero, que se desempeñaba en el Taller de Ajustaje, se destacaba por sus labores en el torneado a mano y era muy recordado por Lorenzelli por su capacidad técnica y la eficaz resolución
de los problemas del oficio. En LOFER se desempeñó en la construcción del diferencial. El Capitán Fernández directamente le encargaba los trabajos delicados,
supervisándolo.

Carella nos cuenta al respecto de su trabajo:
“…Y después cuando probábamos el aparato, en Puerto Rosales. Primero yo tenía un banco de prueba en aviación, donde tenía los hierros viejos. Ahí yo tenía una pieza grande, un salón, donde tenía montado una placa grande de cemento, iba y agarraba el motor (…) Lo probamos ahí con las hélices y el diferencial.”21

Luego, al ser demasiada la potencia de la unidad motriz del NA y comprometerse la integridad del prototipo, se le colocó un motor de camión Ford, de 250 caballos, haciéndose una estructura de contención más chica dentro de la otra, a fin de no desperdiciar
material.

Lorenzelli, a quien los operarios llamaban “el profesor”, estaba abocado completamente a la empresa y comprometido con su éxito. Recuerda Pereyra: “El tipo, nosotros nos íbamos, trabajábamos hasta las ocho, las nueve y el tipo se quedaba hasta la mañana haciendo proyectos, números. De noche no dormía, nosotros veníamos y estaba el tipo todavía ahí.” (22).

Las pruebas se realizaban a bordo de la lancha P 84, que llevaba los comandos a distancia del torpedo y navegaba detrás de él, a corta distancia, para poder actuar prontamente si el aparato se hundía.

Cuenta Pereyra:
“El torpedo nunca se iba a dar vuelta. Tenía un péndulo compensador, le daba estabilidad, siempre lo mantenía derechito. Después había una antena para sacar los gases, que después no iba a ir, era provisorio para saber si andaba todo el aparato (…) Y le
digo, la primera vez que salimos (…) andaba como corcoveando. Entonces el tipo [Lorenzelli] dice «Le voy a poner unas alitas» (…) y eso fue suficiente”.23
Luego de tres años de ensayos y, por expreso pedido de Lorenzelli, el proyecto fue sometido a evaluación entre marzo y mayo de 1954 por una comisión presidida por el Capitán de Fragata Ing. Esp. Oscar Quihillalt 24, e integrada por el Dr. Alberto González Domínguez25 y el Ingeniero Ernesto Galloni (26 entre otros destacadísimos profesionales.

La junta académica dio un dictamen favorable y el Informe Militar firmado por Quihillalt dice: “Desde el punto de vista militar, puede considerarse, en su conjunto, como un arma novedosa, de amplias posibilidades”.27

Producido el golpe de estado de septiembre de 1955, la Misión LOFER prosiguió, lo que marca su importancia como desarrollo estratégico. Se realizaron, sí, cambios en su cúpula.

En noviembre de 1955, por el Decreto Secreto Nº 3856, el Presidente General Eduardo Lonardi decidió que el Presidente de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) presidiera el Grupo LOFER.

Fernández fue desafectado y pasó a retiro y su segundo, el Capitán Ingeniero Rimondi lo reemplazó en la jefatura de la misión. Lorenzelli y la mayor parte del personal técnico y obrero continuaron su tarea.

En 1957, el Decreto Secreto Nº 4038 firmado por el Presidente General Pedro E. Aramburu estableció el pago a Lorenzelli por lo actuado en la Misión LOFER y aclaró que todos los gastos derivados de ella serían atendidos con fondos de la CNEA (art.7º). También su artículo 6º obligaba a Lorenzelli a “comprometerse a respetar el secreto y nunca más
colaborar en la construcción de armas similares fuera del país.” (28)

El LB2 fue corrigiendo sus falencias iníciales conforme avanzaba el proyecto, finalizando el 20 de mayo de 1958 exitosamente su etapa de prototipo.
Ese día, “después de tres pruebas de puesta a punto autopropulsadas (acercando progresivamente el móvil a su campo de estabilidad dinámica predeterminado
teóricamente y confirmado por las pruebas finales), (…) fue telemandado por más de 50 km., en mar abierto ondoso, contestando perfectamente a todas las instrucciones transmitidas hasta su vuelta al muelle.” (29)

No obstante, no se continuó la etapa de producción en serie, desconociéndose en esta etapa de la investigación, los motivos de ello. Sí sabemos que parte de esa tecnología se usó en la Armada para el desarrollo de blancos móviles.

A partir de 1961, por el Decreto Secreto Nº 3603/61, firmado por el Presidente de la Nación Dr. Arturo Frondizi, el Grupo LOFER dejó de estar a cargo de la CNEA y pasó a depender de la Secretaría de Marina por medio de la Dirección General de Material
Naval. Esta modificación se fundamentó en la necesidad de centralizar en una sola institución las tareas. La Secretaría de Marina informará al Poder Ejecutivo “sobre las características y valor militar del aparato, con especial referencia a sus posibilidades
actuales y las posibles en un futuro desarrollo.” (30)

La misión LOFER continuó funcionando como un grupo de obreros de élite dentro de los Talleres del Arsenal Naval, convirtiéndose en el Centro de Investigaciones Navales (CIN), que posteriormente pasó a denominarse Centro de Instrumental. Al mando de Lorenzelli durante la década de 1960, siguió investigando y desarrollando prototipos de hidrópodos para la Armada nacional.

Entre Fernández y Lorenzelli se forjó una amistad personal, que perduró con los años, mucho después de concluida la Misón LOFER. Según narra la viuda del ingeniero italiano:
“Se hicieron inseparables. A tal punto de que él estuvo ocho años trabajando acá y una vez terminado esto, la amistad siguió (…) todos los jueves en el Centro Naval se juntaban a almorzar: mi marido, el Contralmirante, Quihillalt (…), Fernández y el almirante
Maloberti. Los cuatro se juntaban, lloviera o tronara, los jueves iban al Centro Naval, allá en Florida y Córdoba, a comer.” (31)

Esta nota es solamente un fragmento de la investigación que sigue en curso sobre el tema y contiene únicamente parte de lo más importante de la documentación que se ha conseguido en estos años.
Como rosaleños, la Misión LOFER es importante también porque se suma a los muchos logros que a lo largo de los años demuestran la capacidad operativa y técnica que poseen los Talleres Navales de Puerto Belgrano para contribuir al desarrollo del país.

 

Ingeniero Ezio Carlos Lorenzelli
(Turín, Italia, 1910 – Buenos Aires, 2001)

En 1933 obtuvo el título de doctor en Ingeniería Civil y en 1935 el de Doctor en Ingeniería Aeronáutica, ambos en la Universidad de Turín y con máximos honores. A fines de la década, realizó innovaciones en los campos de la acústica, lo que le valió, a fines de la
década del ’40, convertirse en un reputado especialista en construcción
de teatros y auditorios. Durante la II Guerra Mundial sirvió en un cuerpo de élite en la Artillería alpina y fue también piloto de combate. En 1941 creó y desarrolló el torpedo teleguiado LB1 en el Silurificio de Nápoles. Dejando posición en Italia, en 1948 llegó a la Argentina donde decidió recomenzar su vida.
Entre 1951 y 1959 llevó a cabo para el gobierno argentino la Misión LOFER, (torpedo LB2). En 1961 desarrolló el cohete sonda de investigación PROSON 1 para el Centro de
Investigaciones Científicas y Técbicas de las FFAA (CITEFA) y participó de otros proyectos
aeroespaciales con misiles y cohetes. Tuvo una extensa labor académica como profesor en la UTN (del que fue designado profesor emérito en 1982). Estuvo a cargo de varias cátedras en el Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA). En 1984 se lo nombró
académico de número en la Academia de Ingeniería de la Provincia de Buenos Aires.

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